La Revolución de los Claveles en el fútbol femenino
“Ellas también somos nosotros”
La justicia a veces es poética, y llega. Llega lenta, pero llega. El fútbol femenino se gusta y lo sabe. Se ve y se reconoce. Ya no camina solo. Tal vez nunca lo haya hecho. Es cierto que en sus inicios estuvo condenado a remar en la oscuridad de las galernas, atrapado por un sentimiento de inferioridad y de culpa ante su omnipresente hermano mayor. Pero el verdadero miedo, el más hondo, no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro.
Se sabe que todo avance de la mujer incomoda, zarandea prejuicios. No basta con que la mujer tenga razón, se le exige, además, aparentar que la tiene. Así, el fútbol femenino se nutrió de inmediato en ese papel irrelevante que le asignaron en este teatro de los sueños y las pasiones desmesuradas. Lo cual no sólo atañe a nuestra identidad individual, sino también colectiva. No importa si un grupo concuerda o no con su identidad imaginada, sino si fomenta la educación y la libertad, si es capaz de templar sus miedos excesivos y sus esperanzas mediante el debate público razonado, si se atreve a criticar y a cambiar aquellos aspectos que considera perjudiciales para la comunidad, y si posee un sentimiento de justicia que le lleve a luchar contra la sumisión y el atropello. El resto es ruido, y furia.
Toda política es “identitaria”, desde un sentido ético, ya que se ocupa, o se desocupa, de las acciones que posibilitan que una sociedad asimile hábitos justos, sabios, valerosos y libres. De ahí que el fútbol femenino necesitó de entrada armarse de un espíritu combativo, militante. Para exigir y ocupar el lugar que se le estaba negando. No hace tanto tiempo que decidió lavarse la cara y peinarse un poco para salir medianamente bien en la foto, maquillando las heridas de siempre: salarios de miseria y un semiprofesionalismo de andar por casa.
Según el último informe del Congreso Internacional de Fútbol, la actividad deportiva con mayor crecimiento a nivel mundial durante la década de 2010, fue el fútbol femenino. Por su parte la Asociación Femenina de Fútbol Argentino (AFFAR) estima que alrededor de un millón de mujeres practican la disciplina en el territorio nacional. El organismo destacó la notable presencia de escuelas de fútbol en Buenos Aires que ya superarían las 50, mientras el conurbano reuniría unas 100.
Con el objetivo de visibilizar la desigualdad de derechos por la que pasan las mujeres que se dedican a este deporte, jugadoras pertenecientes a distintos clubes se organizaron detrás del colectivo “Pibas con Pelotas”. Una de esas ideas importantes a las que no se las abandona, por el contrario, se las rescata, como a los hijos, a los amigos, y a los libros prestados. Hay verdades que solo accedemos a través de la diferencia y la conversación. Y hay otras “nuevas verdades” que existen en el mercado de las sospechas y los prejuicios identitarios, donde todo forma parte del mismo ruido y de la misma bruma indiferenciada. Un tiempo que ha sido colonizado, casi inevitablemente, por la “lógica” tribal.
El fútbol femenino ha querido “ser”, y “es”. Se filtra, supura, perfora, vigoroso por todas las esquinas. Con esa alegría pegajosa bajo un horizonte de caramelo que endulza la esperanza. Se muestra fortalecido, de frente, fulguroso. Ocupando ese lugar que reclamaba. Con la pelota al pie, atada al tobillo de los sueños deseados. Presionando la salida, recuperando los tiempos perdidos, achicando los espacios, para reconocerse, triangular, mezclarse. Fabricando su particular “Revolución de los Claveles”, con aroma a primavera portuguesa. Una sublevación tranquila, amable, silenciosa. Un fútbol femenino que se cuelga de un sol generoso para seguir soñando. Un sol luminoso, cálido y vistoso, que se empecina en acariciarte el alma.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón del Mundo Tokio 1979.