El fútbol del macho violento
No es difícil discernir cuando el fútbol te habla desde el cerebro, el hígado o los genitales. En este deporte existe un trasfondo cultural, de fuerte tradición histórica, que se sostiene sobre la alegoría manifiesta de saber quién tiene el falo más largo y, en ocasiones, más violento.
La gran cantidad de jugadores de fútbol envueltos en diferentes casos de violencia sexual en todo el mundo, agrava y y desata un urgente debate público. “–¡No Mason, no quiero tener sexo! –¡No me importa una mierda lo que que quieras! –¡Mason… –¡Qué te calles! No me hable más… –Pará. ¿Por qué me haces esto? –Porque te lo he preguntado educadamente y no quieres. –¿Qué quieres que haga?… Vete y cógete a alguien” –Pero yo quiero tener sexo. Vuelve a empujarme y verás lo que pasa”. Y pasó. Una vez más pasó.
Harriet Robson, novia de Mason Greenwoold, fulgurante estrella del Manchester United, decidió denunciar la agresión en Instagram con imágenes de su cara ensangrentada y el mencionado audio. A los pocos días los hinchas del Southampton cantaban en Old Trafford: “Oh Mason ella dijo no. Oh Mason ella dijo no”, dirigido hacia al ausente jugador, apartado del equipo, aislado de la selección nacional, y “cancelado” por Nike.
Un caso más en un fútbol internacional inundado de ejemplos como este. El Manchester United no sabe qué hacer con su situación. Ni los Pumas de México con Dani Alves. Ni el Manchester City con Mendy. Ni el fútbol argentino con sus innumerables casos de agresiones sexuales.
El feminismo es un desconocido en las campañas de valores de la masculinizada industria del fútbol profesional. Se sabe que es necesario inferiorizar para dominar, porque la justificación de superioridad del hombre sobre la mujer, se hace en base a características supuestamente naturales. Así las víctimas se transforman de inmediato en victimarias, y la violencia sexual pasa a tener connotaciones de responsabilidad compartida. Se degrada a la víctima con rabiosa inquina, reduciéndola a una especie de “amantis” religiosa que devora a su antojo los niveles de testosterona de los ídolos de fútbol de masas.
El circulo se cierra con el incondicional apoyo de aficiones que defienden a rabiar a sus estrellas desconociendo que muchas de estos actos pueden ser generadores de conductas por imitación. La legitimación “despenaliza”, y subordina todo acto de violencia sexual en algo sospechoso. Un conjunto de ideas incriminatorias como soporte y deseo de una opresión concreta, de poder y sumisión, derivados de una estructura social jerárquicamente explotadora.
Esa parte sórdida de un fútbol de macho cabrío, hostil, intolerante, de un cainismo ciego, que nos desnuda con su violencia emocional y física, furibunda, salvaje y decadente, y que habita, en mayor o en menor medida, en una parte de las tribunas, de los vestuarios, de la dirigencia, del periodismo canalla, y del hincha de a pie. El patriarcado militante, inoculado por el autoritarismo conservador, ha entrado de lleno por la batalla del dominio de la sexualidad.
Sobre un mundo donde se debilitan las formas éticas, de solidaridad y de ciudadanía, donde desaparece el pensamiento propio, la reflexión y la racionalidad. Todos hemos venido a este mundo atravesando el cuerpo de la mujer. Esa parte del mundo que ha dejado de disculparse por existir.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón Mundial Tokio 1979.